A los seres humanos nos gustan los cambios, tanto a las mujeres como a los hombres. A algunas les fascinan los cambios físicos en su aspecto, como quitar arrugas del rostro, reducir el exceso de grasa en la mandíbula, modificar su sonrisa, aumentar o disminuir el busto, ampliar caderas y glúteos, reducir la grasa abdominal, o incluso cambiar el color de piel. Todos estos son cambios externos, pero en lo más profundo, en nuestro núcleo genético, seguimos siendo los mismos. Los genes, esa forma más interna de nuestra identidad, no han cambiado. Incluso cuando tenemos hijos, heredan rasgos físicos que nosotros modificamos en nuestro cuerpo. ¿Por qué? Porque ese cambio fue externo, no interno.
A menudo, tratamos de cambiar desde afuera hacia adentro. Intentamos cambiar a nosotros mismos, a nuestras circunstancias, a los demás e incluso al mundo que nos rodea. Luchamos por cambiar a las personas, ya sea a nuestro esposo, nuestros hijos o las personas en nuestro entorno. Anhelamos cambios en nuestros entornos y deseamos que los gobiernos se transformen, que la corrupción desaparezca, pero quizás sin percatarnos, también cometemos actos de corrupción (a una menor escala, pero corrupción al fin) y eso no produce el cambio que esperamos.
Incluso en la iglesia, cuando enviamos ofrendas a quienes tienen necesidad o participamos en talleres, como el "Poder del Uno," lo hacemos con la esperanza de impactar a las personas y que cambien su forma de vivir. Asimismo, para nosotros mismos, participamos en talleres con la expectativa de que, con el tiempo, veremos cambios en nuestras vidas. Sin embargo, esto es un intento de cambiar lo externo para solucionar lo interno, sin abordar la raíz de las cosas: nuestra forma de pensar. A veces, realizamos acciones como el diezmo por una apariencia externa, pero sin tener una convicción interna clara sobre por qué lo hacemos.
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Jesús dijo: "pero las palabras que ustedes dicen provienen del corazón; eso es lo que los contamina. Pues del corazón salen los malos pensamientos, el asesinato, el adulterio, toda inmoralidad sexual, el robo, la mentira y la calumnia" (Mateo 15:18-19, NTV).
Todo lo que somos se refleja en nuestro interior. Nuestras palabras, acciones y formas de proceder brotan de lo que llevamos en nuestro corazón. Si buscamos realizar un cambio, deberíamos empezar por nuestro interior, cambiando nuestra forma de pensar. Es por eso que la esencia de talleres, seminarios y encuentros es provocar un cambio interno en cada uno de nosotros que se refleje en el mundo exterior.
Aunque no cambies estéticamente en el exterior, si cambias internamente, las generaciones futuras heredarán el fruto de ese cambio. Sin embargo, ese cambio interno solo puede ser provocado por Dios, a través de la intimidad con Él. Su transformación siempre se origina desde adentro hacia afuera.
Este artículo fue escrito por Víctor Preza y se basa en la prédica del día 30/09/2023. El poder del cambio interno es una fuerza que puede impactar nuestras vidas y el mundo que nos rodea de maneras profundas y significativas. A medida que buscamos el cambio desde adentro, podemos aspirar a un futuro mejor para nosotros y las generaciones venideras.
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