Muchas personas que se encuentran en un régimen de peso controlan su ingesta diaria de calorías. El consumo recomendado para un hombre adulto oscila entre 2,000 y 2,500 calorías al día, mientras que para las mujeres se sitúa entre 1,500 y 2,000 calorías. Mantener un equilibrio adecuado es esencial; el exceso puede llevar al sobrepeso, mientras que una ingesta insuficiente podría conducir a la inanición y, en casos extremos, a la muerte.
Al igual que el cuerpo necesita un aporte calórico para mantenerse saludable, podríamos comparar ese principio a nivel espiritual. La fe sería nuestro aporte calórico espiritual, contribuyendo a una buena salud interna, y nuestras acciones serían la medida de esa fe, al igual que las calorías en las dietas.
La Biblia nos recuerda en Santiago 2:26 (NTV): "Así como el cuerpo sin aliento está muerto, así también la fe sin buenas acciones está muerta". Santiago sugiere que una vida espiritual sin acciones significativas demuestra una fe deficiente, e incluso podría considerarse "muerta".
Es crucial entender que las obras no son el medio de salvación, pero actúan como un reflejo de nuestra fe en aquel que nos salvó y nos eligió. Si confías en Jesús, tu fe se manifestará a través de acciones positivas, ya que Él, que reside en ti, inspirará buenas obras. Por otro lado, la ausencia de buenas acciones podría indicar la falta de Jesús en tu vida, mostrando una falta de confianza en Él, otra forma de definir la fe.
No podemos afirmar que realmente creemos en Jesús si no vivimos una fe activa, la cual se manifiesta a través de buenas obras diarias. Estas acciones cotidianas son las "calorías" que debemos medir en nuestra dieta espiritual para asegurarnos de tener una vida interna vibrante y saludable.
Escrito por Víctor Preza, basado en la prédica del día 02/03/2024.
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